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Solo Cuba Nacido en Hoyo Colorad’o

Nacido en una Isla que no es el ombligo del mundo porque el mundo no tiene ombligo; en una provincia que ya no existe; en un pueblo que antiguamente se llamó Hoyo Colora o, cuna de reunión de grandes intelectuales cubanos en la década de 1940 del pasado siglo, cuna del “Grupo Orígenes”. Nacido en un barrio humilde donde al llegar la tarde, la luz y los gorriones tienen un mágico encanto junto olor del café que a esa hora se “cuela” en casi todas las casa, porque duele la cabeza y es la hora del descanso… 

Bien pudiera ser este el inicio de un cuento o novela, sí Oslier Pérez Miralles (Bauta, 23 de noviembre de 1985) en vez de pintor fuera escritor. Graduado de la Academia Provincial de Artes Plásticas Eduardo Abela de San Antonio de los Baños en la especialidad de pintura en el 2005, es un inquieto joven que ha sabido combinar la ambientación en espacios públicos con la pintura, la poesía y la música.

Oslier no se deja atrapar por el arte moderno y conceptual . El desnudo y el campo como expresión de lo cubano son la columna ideotemática de su iconografía, donde lo pictórico está modelado con la representación y la narratología; fundiendo estilos y estableciendo analogías entre la cuentística de Onelio Jorge Cardoso; la figuración de Pedro Pablo Oliva y lo ilustrativo de Dimas Bladimir González Linares. 

La obra de Pérez Miralles discursa alrededor del paisaje no académico; lo importante es la historia que se cuenta en cada uno de sus lienzos. Sus “guajiros” viven en el siglo XXI con todos los aditamentos de la era moderna, usan reloj, tenis pero también machete, patillas y sombrero. Importante resulta la relación hombre – naturaleza- hombre – fe y la mirada introvertida, casi triste del personaje (semi)desnudo que se repite en cada pieza, personaje que tiene una versión femenina y que además en ocasiones se nos muestra como el apóstol cubano José Martí.

En Adán y Eva el hilo conductor es la transculturación del pasaje bíblico, al trasladar la historia a un campo cualquiera de la Isla. Ahí está Eva con  medias panty por encima de la rodilla y tacones llevando un mango en la mano en vez de una manzana mientras que Adán usa medias y tenis coverse. La ceiba con los nombres grabados tiene un ojo abierto como el resguardo que los ve y protege; al igual que el caldero montado en palo y con un eleggua dentro. Sin dudas, es un ajiaco criollo con muy buen sabor lo que vemos.

Estos “guajiros” no son los de Servando Cabrera pero tienen su magia, Alas para trepar al surco habla de la soledad de ese hombre que en las noches pone las botas de trabajo en la espalda y sentado en la tierra y en posición fetal sueña, piensa, medita con los ojos abiertos: sabe Dios con qué o quién.

La amistad no conoce de límites solo de entrega y amor. Amor, ya sea entre los seres los humanos o amor hacia los animales. Tal es el caso de Amigos íntimos donde su iconográfico guajiro carga en sus brazos un gallo como si fuera un hijo, labios y pico se rozan en lo que pudiera ser un beso. Obra metafórica con una gran dosis de lirismo y poesía.  

El sembrador es una obra técnicamente asimétrica y de colores fríos que contrastan con la imagen del cubano que agachado “comienza o termina” su labor de sembrar, no solo una planta sino también su vida. Este hombre mantiene la cabeza baja como quien espera “ver crecer mágicamente” el fruto plantado por sus manos,

La imagen del búho al lado del guajiro nos pone frente a una pieza que sustenta el verdadero valor de la Amistad porque esta pequeña ave de solo 18 cm de largo, conocido como Sijú platanero, es uno de los más diminuto del mundo y endémico de Cuba. Resulta difícil ver a un Sijú, solo un verdadero amigo puede estar a su lado. Hay en los ojos del ave y del hombre un parecido que nos hace pensar que los dos son uno solo.

Desnudo, con alas, botas y machete a la cintura va este Hombre con gallo por su campo. Van a una batalla o a la vida. Ambos dos tienen la mirada hacia delante de un camino que parece conocer. Llama la atención en esta obra el fondo (casi) blanco poco frecuente en este artista, Rosas de Mármol nos muestra un José Martí al que el autor ha canonizado, un Martí que lleva alas y que nos da una plegaria, un Martí al que acompañan rosas blancas, porque sin dudas… ha muerto de cara al sol.

El rapto del cardenal es una obra de amor y fe. El amor llevó a que esta mujer por encima de la tradición y sus creencias luchara por este hombre que antes de llevar los hábitos era y fue un simple mortal capaz de amar a Dios y a una mujer a la vez.

La pintura es el camino escogido por Oslier Pérez MIralles y el rejuego anecdótico el final del viaje; acercándonos a ese otro “yo” que sigue siendo el tímido guajiro bautense, nacido en Cuba con manos también para la escultura, la poesía y la música. 

*Yuray Tolentino Hevia, poetessa

Yuray Tolentino Hevia