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No siempre muros

El símbolo del muro es fuerte y está arraigado entre nosotros como representación de un obstáculo, de una negativa a comunicarse, de una violencia sobre la libertad. El muro genera sufrimiento y desesperación, crea barreras infranqueables -tanto arquitectónicas como psíquicas- que no dejan lugar a la comprensión, sino solo a la incapacidad para integrarse, la imposibilidad de ayuda, la insuficiencia en la acogida del diferente, del extraño, del otro. Erigir un muro, incluso en uno mismo, a menudo se produce por la necesidad de protegerse del miedo a mostrarse como uno es; nunca es una jactancia.

No estoy aquí, con este escrito, para hablar de los muros materiales que han hecho o deshecho la historia, muros más o menos famosos, o muros de la mente, a veces incluso más complicados de derribar, de superar. Con este escrito me gustaría llamar la atención sobre una muralla que me es querida, la muralla que se levanta en la antigua ciudad de Madrid y que, probablemente, resulta ser su monumento más antiguo: la muralla de la Virgen de la Almudena. Esta muralla me es querida porque es uno de los primeros monumentos que visité cuando vine a Madrid en el ya lejano 1994. Ahora que la capital española se ha convertido en “mi ciudad” por elección vital, ya que llevo dieciocho años viviendo de forma permanente aquí, le tengo un cariño especial y me gusta descubrir y hablar de anécdotas históricas o curiosidades con las que tropiezo cada día viviendo en Madrid. Su legendaria historia, que está en la base -como suele ocurrir en la constitución de las grandes ciudades- de la fundación de lo que desde Mayrit (Magerit) se convirtió en el futuro Madrid, siempre me ha fascinado. Mayrit es el nombre árabe que se le dio a la fortaleza (Alcázar) construida a orillas del río Manzanares (de hecho significaba cauce o fuente de agua) y fue considerada La Ciudadela, donde hoy se encuentra el Palacio de Oriente de Madrid (el Palacio Real). Los restos de la muralla que asumen una importancia arqueológica, más que artística, se encuentran actualmente en la Cuesta de la Vega, cerca de la cripta de la Catedral de la Almudena. Se han integrado en el Parque Mohammed I, que lleva el nombre del emir árabe Mohammed I de Córdoba que construyó Mayrit.

 La tradición dice que a principios del siglo VIII, antes de la inminente invasión árabe (por un ejército formado por marroquíes, argelinos y mauritanos, de ahí el nombre de “moros”), el arzobispado de Toledo envió una carta a todas las parroquias cristianas para esconder imágenes sagradas o reliquias y así evitar su profanación por los invasores. Según la leyenda, un herrador que vivía en Mayrit escondió la primitiva imagen de la Virgen María (que según la leyenda fue traída a Madrid por el Apóstol Santiago -Santiago- en el ’38 d.C., una imagen esculpida por Nicodemo y pintada por San Lucas), quitando unas piedras de la pared de la muralla y cavando un nicho en el que colocó la imagen con dos velas encendidas, una a cada lado. Una vez hecho esto, cerró el nicho con las piedras removidas para evitar que la descubrieran.

Según cuenta la leyenda, transcurrieron tres siglos hasta que los cristianos lograron reconquistar Madrid en 1083 y Toledo y alrededores en 1085 con las tropas del Cid Campeador. Cuando reconquistaron Madrid, Miriam (la única descendiente de ese herrador que conocía el secreto de la Virgen) se dirigió al Alcázar de Madrid para comunicar al rey Alfonso VI el Bravo y a la reina Constanza la noticia de la Virgen escondida entre los muros. Tras consagrar la Mezquita Mayor al cristianismo y transformarla en la Iglesia de Santa María, y tras invertir tiempo y dinero en la búsqueda de esa imagen sin obtener ningún resultado, el soberano decidió en 1085, año en que se reconquistó Toledo, baluarte simbólico de la Reconquista contra los árabes – tener una imagen pintada en los muros de la Iglesia representando a la Virgen de Madrid con el niño, dejando que la Reina Constanza se encargase de su realización. La propia Reina le dijo al pintor a quien la realeza había encargado esta obra que siguiera las indicaciones de Miriam la Beata, ordenándole que colocara también una flor de lis en una de las manos de la Virgen, ya que la Reina era hija del Rey Enrique de Francia, y esta flor era el símbolo de esta Nación. Este hecho implica que, a pesar de ser francesa, ella también sentía una fuerte devoción por la Virgen de Madrid. Esta imagen es la que se encuentra actualmente en la Cripta Catedral.

Alfonso VI le había prometido a la Virgen de Madrid que si reconquistaba Toledo (lo cual sucedió en 1085), encontraría la imagen original escondida dentro del muro incluso a costa de derribarlo todo. Miriam no quiso echar abajo los muros y decidió rezar a la Virgen durante nueve días consecutivos, ofreciéndole su vida a cambio de la imagen en el muro. Al noveno día, el Rey decidió, antes de que derribaran la muralla, celebrar más allá de la misma una procesión en la que participaría toda la población de Madrid. Según la leyenda, cuando la procesión – a cuya cabeza estaban el propio Rey Alfonso VI de Castilla y León, su hermano Sancho Ramírez I de Aragón y V de Pamplona, el Infante Don Fernando y Rodrigo de Vivar, el Cid Campeador– llegó a la Cuesta de la Vega, se escuchó un gran ruido en el interior de la muralla y se vio una grieta que poco a poco dejó al descubierto la imagen de la Virgen en un nicho con las dos velas encendidas. Todos se arrodillaron para rezar ante el milagro, pero cuando se pusieron de pie vieron que Miriam la Bendita permanecía postrada de rodillas: murió arrodillada con los ojos extasiados vueltos hacia el nicho desde el que la Virgen parecía sonreírle.

Era el 9 de noviembre de 1085. A partir de ese momento, la fiesta de la Virgen de la Almudena es la fiesta de la patrona de la ciudad de Madrid.

La imagen que hoy se venera en la muralla ya no es la original, sino la de una estatua de 1941, mientras que la estatua que fue tallada en madera en el siglo XVI se encuentra en el retablo de la Catedral de Santa María la Real de la Almudena, consagrada en 1993 por el Papa Juan Pablo II. Muchos artistas, poetas y escritores se han inspirado en esta historia y leyenda. Entre estos podemos recordar a Lope de Vega quien escribió unos bellísimos versos dedicados al descubrimiento de la imagen de la Virgen y la etimología del nombre, que para algunos significaba almacén de grano (almudín) y por tanto indica prosperidad. De hecho, los árabes habían establecido un auténtico almacén de cereales en la zona de La Ciudadela.

Un muro, este de la Almudena, que me gusta recordar porque ha unido un pueblo y varias civilizaciones. Es un muro que aún conserva la etimología del nombre árabe. La razón del uso de esta palabra simplemente se encuentra en el hecho de que, a pesar de la Reconquista de los territorios por parte de los cristianos, con este nombre recordamos siglos de convivencia pacífica, integración cultural, colaboración en la recuperación de territorios ásperos en la meseta española, recuperación producida gracias a técnicas árabes que supieron explotar la geología del territorio para extraer importantes beneficios sociales y económicos para la comunidad.

La muralla de la Almudena es importante porque es la memoria histórica de un hecho real que, aunque impregnado de historias legendarias, ha contribuido a dar fuerza y raíces a la identidad de un pueblo que sabe reconocer su pasado, vivir su presente y dirigir la mirada hacia su futuro.

Bibliografía: “Historia de la antigüedad, nobleza y grandeza de Madrid”, Jerónimo de Quintana.

*Elisabetta Bagli, poetessa, traduttrice

Elisabetta Bagli